miércoles, 15 de octubre de 2008

The King in Yellow

Saludos mis queridos lectores, con este post termino mi serie de Libros Ficticios. Sí, como escucharon, el Necronomicon, Hamster Hooey and the Gooey Kablooie, y The King in Yellow, son libros que no existen. A pesar de que hayan visto el Necronomicon en la feria del libro, a pesar de que uno de sus cuates lo tenga escondido bajo la cama, a pesar de que lo mencionan en chingomil películas, NO EXISTE. Aparece por primera vez en Los Sabuesos, una historia corta de H.P Lovecraft que escribió por ahí de1927. Pero bueno nunca faltará el necio que insiste que vio al chupacabras en persona. Bueno, pasando a otras cosas, quisiera comentarles que estoy al borde de la locura. No de la locura normal que me caracteriza, sino de la mala, de la que hace que te lleven a la casa de los colchones y las batas blancas, y no es un spa del lugar del que hablo, sino la casa de la risa, o manicomio para los cuates. Llevo 3 días sin dormir prácticamente nada, y ya probé de todo, contar borreguitos, tomar leche caliente, hacer ejercicio antes de dormir, pincharme el dedo con una rueca, comer una manzana envenenada, pero solo he tenido éxito en que llegaran dos príncipes que me querían dar un beso, pero les rompí la madre por atrevidos. Por otra parte este tipo de situaciones me hacen apreciar esas horas que pasamos aplastados sobre nuestras camas babeando la almohada. Pues ahora los dejo con el principio de una historia que estoy desarrollando espero les guste. Buena Vibra y dulces sueños para ustedes que pueden dormir.


 

El sonido de la lluvia era tranquilizante, cayendo sobre mi cabeza, bajando por mi rostro y precipitándose sobre mis hombros, empapándome, dándome la sensación de seguir vivo. No estoy seguro si lo estoy, no sé en realidad como definir si estoy o no vivo. ¿Acaso se está vivo solo porque el corazón aun late? O es porque yo estoy aquí, en medio de este cementerio frente a su tumba extrañándola, aunque ella no se encuentra aquí.

Al menos no su cuerpo. La lápida finamente tallada de un bloque de mármol, tiene inscrito su nombre, las flores que le dejan sobre la tierra, tienen su recuerdo grabado en los corazones de quienes quedamos atrás. Pero el ataúd de cedro negro tres metros bajo tierra, en realidad está vacío.

Me destroza no saber qué habrá sido de su cuerpo. Nunca lo encontramos. Y con los dioses como testigos, nadie puede decir que alguna vez desistí en mis esfuerzos por hallarlo. Aun no lo he hecho. De cuando en cuando me aventuro en las ruinas, entre escombros de piedra y madera deambulo por las mañanas en la neblina. Con una mezcla de temor y esperanza trato de encontrarla como la recuerdo, aun sabiendo que pasado tanto tiempo sólo encontraré huesos cubiertos por telas putrefactas. Pero no han dejado mi mente sus ojos verdes y su cabello castaño.

La lluvia esta arreciando, se vuelve casi ensordecedora. Pero solo casi.

Escucho sus pasos, cautelosos, esquivando charcos y ramas, pisando primero con la punta de los dedos y lentamente apoyando el resto de la planta. Avanzan sigilosamente, casi imperceptibles, pero solo casi. Cometieron un error.

Avanzan con sus espadas desenvainadas, y para alguien con la experiencia necesaria, el sonido del agua golpeando el acero es casi tan característico como el de copas de cristal chocando una contra otra. Suspiro con pesadumbre, pues esto va a ser difícil, obviamente son profesionales, de lo contrario sus respiraciones serían agitadas. No es fácil matar a un hombre a sangre fría, hace falta temple para hundir el acero en la tierna carne palpitante, para no vacilar cuando se escucha el hueso partiéndose o cuando se hacen suplicas por piedad ahogadas por la sangre.

Viene el primero, no me cuesta mucho esquivarlo girándome hacia un costado, pues claramente no es un jovencito, su pujar mientras corre hacia a mí y la precisión con la que iba a atravesarme el cuello lo deja claro. Además que solo un veterano es así de ambicioso, un asesino con menos experiencia sabe que atacando hacia el torso hay menos oportunidad de fallar. No puede esquivar cuando le pongo el pie y cae de bruces contra el lodo.

Al final he sido yo el que se confió demasiado. Veo cómo por el frente de mi abdomen sale una hoja de metal, atravesó el peto de mi vieja coraza, a través de piel y hueso rompiéndome las costillas. Otra perfora mi costado con un fuerte giro, es claro el sonido del metal de mi armadura doblándose por la fuerza y la velocidad del ataque. Me deja de rodillas. El viejo se levanta, se limpia el rostro y maldice, viéndome con desprecio. De reojo me doy cuenta que los que me han pescado con sus armas no son otros sino los que se encontraban en las ruinas el otro día.

Debí suponer que algo se traían entre manos.

El viejo les pide a los otros dos que me sostengan mientras recoge su arma. Una espada corta, lengua de fuego les llaman, por la curvatura sinuosa de la hoja. Diseñadas para causar dolor, no para verdugos, sino para torturadores. Armas crueles, para gente cruel.

Camina lentamente y se para frente a mí con una fría y torcida sonrisa, alzándola sobre su cabeza con la punta dirigida a mi corazón. Es descortés, me quiere ejecutar sin embargo no me ha preguntado mi ultima voluntad, probablemente piensa que no puedo hablar siquiera.

Lanza un golpe directo, atraviesa mi pecho. Un golpe letal. Casi.

Gran sorpresa se llevo cuando sostuve la fría hoja de metal con fuerza. Atónito, el viejo se quedo paralizado cuando con vio la facilidad con la que se partió el metal en mi mano. Al incorporarme estiré ambos brazos a mis costados empujando a varios metros a los matones. Uno se estrelló con fuerza contra una lápida rompiéndola, y probablemente causándole la muerte instantáneamente.

El otro chocó contra un árbol, encajándose su hombro con una rama, por lo que comenzó a gritar con fuerza. El hombre viejo dio un par de pasos y tropezó, aterrizando sobre su trasero. Boquiabierto me observó con los ojos casi desorbitados. Me retiré la capucha, revelando mis cuencas vacías, y mi óseo rostro. Me costó alcanzar la espada que me había penetrado por la espalda, así que mejor la rompí a la altura de la empuñadura y deslice la hoja fuera de mi cuerpo. La lancé hacia el tipo en el árbol, después de todo estaba sufriendo. Con un sonido seco el metal atravesó su rostro y su forcejeo cesó.

Me volví hacia el viejo y de dentro de mis cuencas surgieron un par de pequeñas luces, que según he escuchado de mis semejantes, no son más que el fulgor de la furia que los eternos llevamos por dentro. Mi nueva voz, grave y cavernosa, como surgida de las profundidades de una oscuridad misteriosa, pues ya no habita lengua entre mi paladar y mi quijada, reverberó en sus oídos.

Dije: "Es tiempo de respuestas"


 

2 comentarios:

El Sexy dijo...

Y se metió un madrazo contra un arbol...como yo me metí contra el poste ese de luz :S jajaja

Te falta un metodo que se hace llamar:

PAJA

Ja, dicen que sí funciona!

LJ-90 dijo...

¿Como que King in Yellow no existe? Y mira que estaba ahorrando para el Necronomicon, quería traer a Cthulhu para que me explicara como uno puede dormir por miles de años...y es que yo también me muero de sueño...
Jajaja, buen blog, tu historia me ha gustado bastante.
Nos vemos.